viernes, 19 de octubre de 2007
sábado, 13 de octubre de 2007
La pequeña Sunam, comprometida a los 3 años.
Es sábado y aún no he salido a comprar el periódico, por lo que he recurrido a la página web del diario El País. Las principales noticias de la mañana son Alicante, donde de nuevo las lluvias se han cobrado vidas humanas, Birmania e Irak. Pero mis ojos se han detenido en una noticia y mi indignación ha crecido por momentos.
Se trata de Sunam, una niña afgana de tres años a la que su familia ha comprometido con su primo Nieem, de siete años de edad. La pequeña no ha aprendido siquiera a hablar, pero ya está comprometida, para contraer matrimonio cuando cumpla 14 o 15 años. El límite para contraer matrimonio en Afganistán son 16 años para la mujer y 18 para el hombre.
Y todo esto por motivos culturales y religiosos, ¿pero se puede permitir que en el siglo XXI haya culturas que defiendan hechos como éste?
La pequeña Sunam fue ataviada con un vestido blanco de novia, y junto a su prometido, celebraron una fiesta de compromiso, a la que asistieron sus respectivas familias. Estas familias son en realidad la misma, ya que el padre de la pequeña es el hermano de la madre del chico. En Afganistán son frecuentes las bodas entre primos, ya que consideran que es mejor tener vínculos con la familia del consorte.
Los medios de comunicación hablan a diario de Irak, Afganistán y de todos aquellos lugares donde la guerra, unida a la muerte y la barbarie son ya habituales. Somos conscientes de las bombas que estallan, de las personas que mueren, pero no de la realidad cultural de estos lugares. No podemos destruir la cultura y la tradición de un país, o del conjunto de su población, pero tampoco podemos permitir que los derechos humanos de niños y mujeres sean arrastrados por el fango.
Son menores, que además de vivir en situaciones extremadas de pobreza y de guerra, se ven obligados a renunciar a su infancia, y a soportar situaciones como la de la pequeña Sunam. Se les está privando de los derechos que un menor español o de cualquier país occidental disfruta.
Y no se les priva únicamente de su infancia, también está en juego la dignidad de la mujer (otro aspecto indignante de algunas de estas culturas), ya que cuando llegue la hora del matrimonio, si éste no desemboca en un final feliz, el HOMBRE PUEDE ELEGIR a una segundo esposa. Si la mujer se niega, puede ser obligada a través de métodos violentos.
No se trata de ir en contra de una cultura o una religión, pero BASTA YA de ir en contra de los derechos humanos. Existen otros modos de alabar una cultura o religión, pero no permitamos la violación de los derechos de niños como la pequeña Sunam o su primo Nieem.
Se trata de Sunam, una niña afgana de tres años a la que su familia ha comprometido con su primo Nieem, de siete años de edad. La pequeña no ha aprendido siquiera a hablar, pero ya está comprometida, para contraer matrimonio cuando cumpla 14 o 15 años. El límite para contraer matrimonio en Afganistán son 16 años para la mujer y 18 para el hombre.
Y todo esto por motivos culturales y religiosos, ¿pero se puede permitir que en el siglo XXI haya culturas que defiendan hechos como éste?
La pequeña Sunam fue ataviada con un vestido blanco de novia, y junto a su prometido, celebraron una fiesta de compromiso, a la que asistieron sus respectivas familias. Estas familias son en realidad la misma, ya que el padre de la pequeña es el hermano de la madre del chico. En Afganistán son frecuentes las bodas entre primos, ya que consideran que es mejor tener vínculos con la familia del consorte.
Los medios de comunicación hablan a diario de Irak, Afganistán y de todos aquellos lugares donde la guerra, unida a la muerte y la barbarie son ya habituales. Somos conscientes de las bombas que estallan, de las personas que mueren, pero no de la realidad cultural de estos lugares. No podemos destruir la cultura y la tradición de un país, o del conjunto de su población, pero tampoco podemos permitir que los derechos humanos de niños y mujeres sean arrastrados por el fango.
Son menores, que además de vivir en situaciones extremadas de pobreza y de guerra, se ven obligados a renunciar a su infancia, y a soportar situaciones como la de la pequeña Sunam. Se les está privando de los derechos que un menor español o de cualquier país occidental disfruta.
Y no se les priva únicamente de su infancia, también está en juego la dignidad de la mujer (otro aspecto indignante de algunas de estas culturas), ya que cuando llegue la hora del matrimonio, si éste no desemboca en un final feliz, el HOMBRE PUEDE ELEGIR a una segundo esposa. Si la mujer se niega, puede ser obligada a través de métodos violentos.
No se trata de ir en contra de una cultura o una religión, pero BASTA YA de ir en contra de los derechos humanos. Existen otros modos de alabar una cultura o religión, pero no permitamos la violación de los derechos de niños como la pequeña Sunam o su primo Nieem.
miércoles, 10 de octubre de 2007
¿Teleología o deontología?
Un debate suscitado en la clase de ética me ha incitado a iniciar mi blog con esta pequeña reflexión. Se trata de los principios éticos que deben regir nuestra profesión, ¿deben existir esos principios deontológicos, o por el contrario, debemos anteponer nuestros intereses, sin importar los medios que tengamos que utilizar?
¿El fin justifica los medios? Antes de aplicar esto a la profesión periodística, se puede aplicar a la vida cotidiana, donde el ser humano está continuamente ante ese interrogante. Toda persona tiene unos intereses, y en muchas ocasiones se ve ante circunstancias que le obligan a actuar de una determinada manera, incumpliendo los principios éticos a los que ha estado doblegado toda su vida. El problema es determinar hasta qué punto podemos llegar.
Siempre he pensado que los extremos nunca son buenos, por lo que el objetivo es alcanzar un término medio.
La teleología defiende que el fin justifica los medios, y ese fin es la consecución de un mundo perfecto donde la prioridad es el bienestar de los seres humanos. El punto negativo de esta teoría radica en los medios utilizados para conseguir ese fin. Para los teleologistas cualquier medio es bueno para conseguir lo que se proponen. Se rigen por un único principio, y ese es conseguir el bienestar de la humanidad.
¿Y quien no quiere conseguir un mundo perfecto? Para conseguir esto es necesario acabar con todo aquello que se interponga en nuestro camino, sea como sea. Pues bien, la deontología defiende que es necesaria la existencia de unos principios, para evitar que las acciones que no se rigan por principios morales, se conviertan en un círculo vicioso que no termine nunca.
En la profesión periodística es más difícil aún esta cuestión, ya que debemos cuestionarnos hasta donde podemos llegar en el ejercicio de nuestra profesión. El principal problema es que nos movemos en un mundo lleno de intereses, lo que nos condiciona en nuestro trabajo. Los medios de comunicación tienen un poder extremadamente peligroso sobre la sociedad, esto es, tienen capacidad para difundir y promover una serie de valores morales, pero también tienen la capacidad de contribuir a la destrucción de esos valores. Es por esto, por lo que el debate entre teleología y deontología puede ser fundamental para la materia periodística.
El periodista tiene la función de ofrecer información a la ciudadanía, pero también tiene en sus manos la denuncia de injusticias sociales, dar a conocer fraudes del terreno político y económico. El problema es que la sociedad de hoy en día está plagada de intereses que no permiten al periodista, ni a ningún ser humano, conseguir información tan fácilmente, algo tan necesario en el ámbito del periodismo.
Por lo tanto ¿teleología o deontología? La teleología es un extremo, y los extremos nunca son buenos. A lo mejor es cierto que valiéndonos de esos criterios, conseguiríamos crear un mundo sin injusticias.
El criterio a seguir para la elección entre una cosa u otra es similar al debate entre si debe existir o no la pena de muerte. Pues bien, la cadena perpetua podría ser una solución.
Siguiendo el mismo razonamiento, la decisión de la elección entre teleología o deontología sería la consecución de ese término medio. No basta con valerse de cualquier medio para conseguir un fin (por muy justo que consideremos este fin), pero tampoco podemos permitir que se cometan injusticias sin mover un dedo. Al igual que el médico puede considerar el aborto “positivo” dependiendo de las circunstancias, en mi opinión, hay acciones que pueden quedar justificadas dependiendo del fin a conseguir. Ahora bien, siempre van a existir unos principios morales que nos guíen para la elección de los medios a utilizar en la tarea de alcanzar nuestros objetivos.
¿El fin justifica los medios? Antes de aplicar esto a la profesión periodística, se puede aplicar a la vida cotidiana, donde el ser humano está continuamente ante ese interrogante. Toda persona tiene unos intereses, y en muchas ocasiones se ve ante circunstancias que le obligan a actuar de una determinada manera, incumpliendo los principios éticos a los que ha estado doblegado toda su vida. El problema es determinar hasta qué punto podemos llegar.
Siempre he pensado que los extremos nunca son buenos, por lo que el objetivo es alcanzar un término medio.
La teleología defiende que el fin justifica los medios, y ese fin es la consecución de un mundo perfecto donde la prioridad es el bienestar de los seres humanos. El punto negativo de esta teoría radica en los medios utilizados para conseguir ese fin. Para los teleologistas cualquier medio es bueno para conseguir lo que se proponen. Se rigen por un único principio, y ese es conseguir el bienestar de la humanidad.
¿Y quien no quiere conseguir un mundo perfecto? Para conseguir esto es necesario acabar con todo aquello que se interponga en nuestro camino, sea como sea. Pues bien, la deontología defiende que es necesaria la existencia de unos principios, para evitar que las acciones que no se rigan por principios morales, se conviertan en un círculo vicioso que no termine nunca.
En la profesión periodística es más difícil aún esta cuestión, ya que debemos cuestionarnos hasta donde podemos llegar en el ejercicio de nuestra profesión. El principal problema es que nos movemos en un mundo lleno de intereses, lo que nos condiciona en nuestro trabajo. Los medios de comunicación tienen un poder extremadamente peligroso sobre la sociedad, esto es, tienen capacidad para difundir y promover una serie de valores morales, pero también tienen la capacidad de contribuir a la destrucción de esos valores. Es por esto, por lo que el debate entre teleología y deontología puede ser fundamental para la materia periodística.
El periodista tiene la función de ofrecer información a la ciudadanía, pero también tiene en sus manos la denuncia de injusticias sociales, dar a conocer fraudes del terreno político y económico. El problema es que la sociedad de hoy en día está plagada de intereses que no permiten al periodista, ni a ningún ser humano, conseguir información tan fácilmente, algo tan necesario en el ámbito del periodismo.
Por lo tanto ¿teleología o deontología? La teleología es un extremo, y los extremos nunca son buenos. A lo mejor es cierto que valiéndonos de esos criterios, conseguiríamos crear un mundo sin injusticias.
El criterio a seguir para la elección entre una cosa u otra es similar al debate entre si debe existir o no la pena de muerte. Pues bien, la cadena perpetua podría ser una solución.
Siguiendo el mismo razonamiento, la decisión de la elección entre teleología o deontología sería la consecución de ese término medio. No basta con valerse de cualquier medio para conseguir un fin (por muy justo que consideremos este fin), pero tampoco podemos permitir que se cometan injusticias sin mover un dedo. Al igual que el médico puede considerar el aborto “positivo” dependiendo de las circunstancias, en mi opinión, hay acciones que pueden quedar justificadas dependiendo del fin a conseguir. Ahora bien, siempre van a existir unos principios morales que nos guíen para la elección de los medios a utilizar en la tarea de alcanzar nuestros objetivos.
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